Sinfonía de colores, por ANTONIO ILLÁN ILLÁN

 

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La reconocida pintora Begoña Summers presenta una muestra de sus últimas obras en la sala de exposiciones del Ateneo de Madrid (calle del Prado, 19), entre los días 18 y 29 de este mes de diciembre.

Begoña Summers ama la música y le encanta pintar músicos en el desempeño de su arte. También le gusta contemplar la naturaleza o las calles, las imágenes que reflejan los espejos, el mar y el puerto, el cielo de amplios horizontes, los veladores de un bar con gente, un escaparate, el abigarrado mundo de un circo, la amplitud panorámica de las ciudades o los tejados que las cubren. Y todo es lo que es, pero resuelto en sutiles líneas y llamativos colores, que trascienden la realidad que representan y evocan estados de ánimo y emociones optimistas. Cuando trabaja en el taller, en una mano tiene la paleta de colores, en la otra el pincel y en el aire siempre la música. Antes de posar el pincel sobre el lienzo lo impregna con el pigmento limpio, con el armónico sonido, con la imaginación, con los recuerdos y con la voluntad de lo que busca representar. Y al final queda la obra, el arcoíris de una sinfonía de colores.

En la pintura de Summers la realidad se percibe en la composición, sin embargo quizá importe más que su comprensión analítica la experiencia emocional, el mundo interior y la evocación de esa realidad que la pintora transmite. No me parece que la artista sea un mero testigo de lo que contempla con los ojos y cuyas impresiones traspasa, a través de su mano, al cuadro, sino que se graba algo de ella misma en cada pincelada, en cada elección de color puro, en cada azul, rojo, verde, naranja o amarillo. Tampoco fragmenta con sus líneas precisas, no siempre rectas, el entorno que ofrece, cuya perspectiva es muy razonable. En el fondo, es como si quisiera acercarse a la realidad amable y, a la vez, distanciarse de ella para reinterpretarla y envolverla con la capa evanescente de las emociones personales. En su pintura, por tanto, importa lo que se ve y la sensación que esa imagen deposita en el interior de quien la pinta y también de quien la contempla. Quizá no sea pretencioso afirmar que en estas obras de colores y líneas se recrea lo real, el objeto, en su ser físico y espiritual; y en ese sentido, Begoña Summers es como el demiurgo, el artista creador, que insufla el alma a las formas, con el fin de que tengan vida y no solo sean pura representación.

Cuando me pongo delante de un cuadro de Summers, siempre pienso en la apasionada confianza en la libertad creativa de la artista, tan necesaria para poder expresar sin trabas su visión personal del mundo que alcanza con sus ojos, y, por supuesto, me lleva a recordar a Kandinsky, quien tanto hizo por relacionar sinestésicamente la música y la pintura. Pienso que hay algo de expresionismo en lo que veo, desde el momento en el que aprecio que el papel de lo descriptivo se reduce sin anularse, que la imaginación y la emoción de la pintora se fortalece y que el color, los colores puros, y la línea se potencian como formas de expresión. Y me fijo también en el estudio de la luz y esa aproximación fértil e inmediata de color ejecutada con tanta frescura. Y no olvido su manera de crear, que no es otra que la de tomar apuntes y dibujos del natural, para luego realizar un concienzudo trabajo de reflexión y acción en el estudio y alcanzar el objetivo definitivo, la obra en sí terminada. Expresión, sí; pero impresión y alma también. El pincel intermedia ente el corazón y la obra lo mismo que el arco del violinista intermedia entre el corazón del músico y la interpretación. Todo un universo de conceptos, vivencias y detalles confluye en la permanente melodía de un arte singular y un estilo definido, propio de quien sabe el oficio y los avatares de su historia, de quien domina las técnicas con maestría y de quien tiene la vena creativa para definir su yo artístico.

 

 

 

 

 

 

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© Begoña Summers De Aguinaga

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